miércoles, 23 de marzo de 2022

Anne Brontë. Días pasados

Es extraño pensar que hubo un tiempo 
   en el que la alegría no era una palabra vacía,
en el que la risa alegraba realmente el corazón 
   y sonrisas frecuentes llegaban sin previo aviso
y las lágrimas de pena tan solo fluían
por simpatía con la angustia de los demás;
   
en que las palabras expresaban el pensamiento íntimo 
   y el corazón se desnudaba ante el corazón amigo,
y los días de verano eran demasiado cortos
   para todos los placeres que en ellos se reunían;
y el silencio, la soledad y el reposo...
ahora bienvenidos al pecho cansado...
  
Todo era entonces sin ganancia, sin buscar beneficio,
   y toda la alegría que mostraba un espíritu
la sentía el otro profundamente;
   y la amistad fluía como un río,
constante y fuerte su curso silencioso,
pues nada resistía su delicado empuje.
   
La noche, el tiempo sagrado de la paz,
   era temida como la hora de la despedida,
cuando el habla y el júbilo debían cesar a la vez
   y el silencio debía recobrar su poder;
aunque siempre libre de dolor y aflicciones,
ella solo nos traía un descanso tranquilo.
   
Y cuando de nuevo el bendito amanecer 
   traía la luz del día al firmamento ruborizado,
despertábamos, pero no a regañadientes,
   no nos levantábamos para cumplir ingratas tareas,
sino llenos de esperanza, alegres y jubilosos,
dábamos la bienvenida al día que regresaba.



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