Como si un niño, reacio a encerrar
el figurado corazón en bolsillo o
fiambrera de almuerzo, lo hubiera llevado
a casa, en bandeja, bajo el aguacero. Una migración
apasionada; no importa su forma redundante
ni otras treinta igual de crudas. El trayecto
le hizo bien: sangra el lazo blanco, y regueros
de agua emborronan las palabras del mensaje
acostumbrado. Llegó con una embestida,
seriedad del momento; no quería
ser sólo "suficiente", como en los amores precavidos:
el efecto valorado antes que el obsequio.
De antiguo vuelto escoria viniendo a mí, no
le importa si soy luz de luna. Está llegando
el candor, el cortejo.
De "El puente que cruza la luna"