Ningún cielo nocturno estival sobrecogido
alcanza tan lejos en la eternidad,
ningún lago, cuando se aclaran las brumas,
refleja tanta quietud
como ese instante...
en que los límites de la soledad se extinguen
y los ojos se vuelven transparentes
y las voces se vuelven sencillas como vientos
y nada hay ya que ocultar.
Cómo puedo, ahora, tener miedo?
Nunca te he de perder.
[De Sea por el árbol, en Ya es el tiempo de la inmensa espera]