en la negrura del fin de la dicha
no existe ni siquiera la aurora del
autoengaño.
Mi coraje, con la cabeza apoyada sobre las
rodillas,
y oculto el rostro entre los brazos,
avergonzado,
hace mucho tiempo que está sollozando.
Un día se me clavó en el corazón
la espina de la esperanza.
Y se quebró, quedándose incrustada.
Mi corazón guardaba una flor de esperanza,
mas la garra del tiempo le dio un zarpazo.
De esa herida supura ahora la experiencia.
Congelado se me quedó en los labios,
antes de surgir siquiera, el grito de mi alma,
y me rodea la neblina del desconsuelo.
Pero en mi corazón fulgura una llama,
cuyas sangrientas e impetuosas lenguas de fuego
tienen intención de abrasarme el alma.
Esa llama todavía sigue relampagueando.
Ni la menor esperanza, ni el menor socorro,
ni valor para rebelarse, ni fortaleza para intentarlo.
Consciente soy de mi impotencia, y, a pesar de todo,
este deseo de ti, este deseo de ti.
[En Es una mujer impura]